Desde el punto de vista psicológico, la ansiedad se define como la sensación subjetiva de que la persona no tiene los recursos suficientes para hacer frente a una situación. Ésta se acompaña de síntomas como falta de energía, fatiga o agotamiento, inquietud motora, alteración de los patrones de sueño, preocupación excesiva, irritabilidad, evitación, baja autoestima, culpa, dolores de cabeza, dolores musculares, aumento de la frecuencia cardíaca… Así pues, la reacción de ansiedad se presenta tanto a nivel de sensaciones físicas, como de pensamientos y acciones.
Es importante recordar que la ansiedad es una reacción normal del organismo que nos permite estar alerta de cara a garantizar nuestra supervivencia. Entonces… ¿qué diferencia la ansiedad normal de la patológica?
La clave radica en cómo interpretamos y manejamos la situación, más que en la intensidad del suceso que está provocando esa ansiedad. Por ello, no podemos hacer que desaparezca completamente de nuestras vidas, pero sí podemos aprender a manejarla y controlarla.
Esta interpretación y gestión de la situación tiene lugar en cuestión de milisegundos. Nuestros sentidos (vista, tacto, oído) reciben la información del estímulo ansiógeno y ésta va pasando por distintas estructuras de nuestro sistema nervioso:
- La amígdala (“interruptor disparador”): nuestra alarma cerebral. Es la principal estructura que se dispara cuando se interpreta una situación como extraña o no familiar.
- La corteza prefrontal: determina la percepción del estrés y emite, en función de cómo se valoren los factores ambientales de la situación, una respuesta racional ante los estímulos externos.
- El hipocampo: compara la información almacenada en la memoria a largo plazo con las situaciones o estímulos nuevos actuales y se encarga de diferenciar la información relevante de la irrelevante.
- La formación reticular: activa el Sistema Nervioso Simpático, responsable de los síntomas fisiológicos de la ansiedad como sudoración, aumento de la respiración, taquicardia, hipertensión arterial…
Se trata, por tanto, de un proceso complejo. Sin embargo, como decimos, es posible aprender a gestionar estas reacciones para evitar que la ansiedad interfiera en el desarrollo de nuestro día a día y se convierta en incapacitante.
¿Cómo podemos controlar la ansiedad? De ello hablaremos en el próximo post, pero antes queremos proponeros el siguiente ejercicio práctico con el objetivo de poner conciencia en cómo vivimos la ansiedad:
- Hazte con un folio en blanco y un bolígrafo (también puedes hacerlo en un documento del ordenador). Acudirás a él en el momento en el que veas que estás experimentando ansiedad. Crea estas cuatro columnas, y trata de completarlas poniendo atención a lo siguiente:
- SITUACIÓN: descripción objetiva del desencadenante de la ansiedad
- SENSACIONES FÍSICAS: ¿qué experimento a nivel corporal?
- PENSAMIENTOS: ¿Qué pienso?
- ACCIONES: ¿Qué hago?